HETTY GREEN, LA ‘BRUJA DE WALL STREET’, FUE LA MUJER MÁS TACAÑA DEL MUNDO

A finales del siglo XIX, la mujer más rica del mundo era también la más tacaña. Tenía millones de dólares en el banco, pero vestía como pordiosera y vivía como indigente. A continuación, la historia de Hetty Green, la primera mujer magnate de Estados Unidos.

Henrieta Howland Robinson aprendió a leer mirando las páginas financieras del periódico para recitarlas a su pudiente padre. A la edad de 30 años heredó un millón de dólares, y en los 50 años siguientes manejó las acciones y los bonos con tal maña que los convirtió en casi 100 millones.

Su sagacidad financiera y sus extraordinarios manejos en la bolsa de valores estadounidense, dejaron boquiabiertos a magnates de la talla de Jay Gould y J.P. Morgan, y le valieron el apodo de “la Bruja de Wall Street”. Era una genio para hacer dinero, pero su renuncia a gastarlo no tuvo límite.

Matrimonio y familia de Hatty Green

Al cumplir 33 años se casó con Edward Green, otro millonario, pero le hizo firmar una acuerdo prenupcial para que no reclamara ni un centavo de ella. Él se arruinó especulando en la bolsa, por lo cual se divorciaron. No obstante, cuidó de él hasta su muerte. Hetty, siendo tan rica, crió a sus dos hijos en condiciones deplorables y mudándose de un hotelucho a otro para no tener que pagar el impuesto predial.

Por qué le decían “la mujer más tacaña del mundo”

Era demasiado avara como para pagar renta para una oficina. Lo que hacía era despachar sus asuntos financieros en el banco donde tenía depositada su fortuna; si a algún funcionario se le ocurría negarle un escritorio, amenazaba con retirar sus fondos. Cuando se sentía muy desdichada, entraba en la bóveda del banco, se sentaba en el piso de mármol y hojeaba sus estados de cuenta, archivados en unos bolsillos especiales cosidos en las enaguas.

Para comer, calentaba avena en el calefactor o sacaba de otro bolsillo un sándwich de jamón sin envolver.

La mezquindad de Hetty intervino en el incidente que le causaría la muerte a los 81 años, en 1916: le dio un ataque apoplético al regatear el precio de la leche.

Para ahorrar en ropa y jabón, usaba el mismo vestido negro todos los días y sólo lavaba lo que más se ensuciaba de éste: el dobladillo. Su renuncia a gastar dinero alcanzó proporciones increíbles cuando su hijo Ned se lesionó la rodilla; lo llevó a la beneficencia pública para que lo curaran, pero un médico reconoció a la madre y le exigió que pagara. Hetty se negó a pagar, y curó ella misma a su hijo: a los dos años tuvieron que amputarle a éste la pierna.

Su hijo Ned contrató a unas enfermeras para que la cuidaran, pero les pidió que usaran ropa de podioseras, pues su madre empeoraría si viera en qué se gastaba el dinero.

Al morir Hetty, Ned heredó una gran parte de su fortuna. Paradójicamente – o como consecuencia de su anterior vida llena de privaciones– se volvió un derrochador extravagante: gastó todos sus millones en fiestas, joyas costosas, yates y hasta urinales con incrustaciones de diamantes.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *